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MAGISTER EN ANTROPOLOGIA Y DESARROLLO 2008

Los otros

La frontera entre la diversidad y la diferencia

Rodrigo Sepúlveda Montero

 

La idea de universalidad, que pareciera a primera vista ser algo más bien abstracto o filosófico, se ha vuelto una realidad cada día más cotidiana, palpable en situaciones que parecieran no tener mayor relevancia, en un sin número de experiencias, y en los más variados niveles, siendo nuestra normal disposición ante ella, una actitud más bien flexible y transversal. Cuantas veces por ejemplo nos ha pasado, que sentimos que una situación ya la hemos vivimos antes, o que el nuevo libro de un famoso autor, en realidad no es tan novedoso como pretende ser, y que el mundo resulta ser cada día más pequeño y más cercano. Esta sensación, a la que nos hemos acostumbrado poco a poco, implica que cada día, las diferencias que existen entre el mundo y nosotros han ido desapareciendo, confundiéndose de tal forma, que nuestras experiencias y las diferencias entre unos y otros parecen haberse ido disolviendo progresivamente.

Esta idea que conlleva muchas veces un alto grado de optimismo, puede generar una diferencia cada vez mayor entre quienes por diversos motivos se ven marginados, lo que implica riesgos no calculados, ante la carencia de un verdadero intercambio. Dichas diferencias, que sostienen una mirada universal, plural, o como llaman algunos, multicultural, y que permitirían la convivencia de todos, en un sistema libre y democrático, se explican asumiendo este riesgo, bajo la prerrogativa ineludible en la cual toda diferencia, para ser considerada parte igual, reconocible y tolerable, debe progresivamente ocultar, y en definitiva renunciar, a aquellos supuestos que no se ajustan a los valores universales o compartidos por la mayoría, los cuales responden y nos remiten necesariamente a un lugar, o consenso de las relaciones sociales admitidas o aceptables, en tanto espacio psíquico que se ha generalizando de forma tal, que nuestra realidad y nuestra vida personal, se ha transformado en algo casi imperceptible, invisibilizando nuestras vidas y ocultando los problemas que podrían surgir a partir de sujetos que manifiesten formas de vida y coexistir propias.

El riesgo que contiene esta manera de ver y por lo tanto de vivir, radica en que los hombres no han dado los pasos necesarios para llegar a ser iguales entre ellos, sino que por el contrario, aparecen en el discurso de sus vidas explícitamente iguales, obviando sus diferencias reales o sustantivas, como sus orígenes, su religión, sus creencias, su situación económica, su educación, etc., las cuales solo aparecen identificables bajo un complejo análisis de sus historias de vida, implicando que vivamos la experiencia de nuestra subjetividad, como si estuviéramos al interior de un laberinto sin salida, en un constante deja vu que va extinguiendo los límites que posibilitan la alteridad o la diferencia real, cualitativa, que posibilite la emergencia y la autoidentificación de un nosotros, a partir de un conocimiento y una moral que implique aprehender al otro como sujeto, y como referente desde el cual la tolerancia cobre sentido.

Una política relativamente tolerante en este sentido, debería permitir que las diferencias coexistan en un espacio de igualdad, lo que implica, que la primera premisa en la cual las diferencias desaparecen al proliferar la diversidad, constituye una profundización de la desigualdad y la intolerancia, y un alejamiento de lo que como sociedad podemos construir conjuntamente. Debemos entonces, acotar el problema de la diversidad tomando en consideración los espacios entre diferencias, o en otras palabras, restringir nuestro análisis al lugar relacional o intersticial en la cuál estas diferencias conviven, posibilitando así una verdadera democracia al interior de los emplazamientos geográficos, y subjetivos de nuestras modernas sociedades.

Para entender entonces las identidades y las diferencias bajo un principio de igualdad en la llamada universalidad, debemos distinguir entre diferencias iguales por un lado, como si se tratara de una mera suma aritmética, y por otro, de la apertura que implica pensar la identidad como multiplicidad, lo que permite ocupar los distintos lugares intermedios que evocan el llamado de un nosotros diverso, generando un mapa dinámico, o más bien un diagrama de los movimientos que puedan llegar a permitir o potenciar una convivencia heterogénea, no sustraible al cálculo, desarrollada libremente al interior de un espacio que no sólo facilite su desarrollo, sino que a su vez, permita potenciar, unas a otras en su intercambio, relacionándonos bajo preceptos lo suficientemente iguales, sin renunciar a nuestros valores o creencias.

Cabe señalar que esta idea no sugiere necesariamente que hay algo así como un tipo especial de diferencia, o a quiénes identificamos como los "diferentes", ya que la posibilidad de generar mayor igualdad y tolerancia entre personas, es solo posible si estas se estructuran horizontalmente, ya que cada una expresa una forma singular, que se ha ido conformado en el mundo, como constante cambio o flujo del emocionar que vive y convive, constituyendo una multiplicidad de vidas, como lugar común, irreductible a un unidad que suponga hacerlas desaparecer, bajo criterios particulares, homogéneos, relativos a un lugar de significación determinado.

"Lo verdadero es múltiple y tú UNA y MUCHAS, MUCHAS; tus axiomas son
absolutos frente a la vanidad del conocimiento, floreces por encima de la verdad
y constituyes, sollozando, la VERDADERA sensación del COSMOS."

Lo verdadero señala Pablo de Rokha, es múltiple, frente a la vanidad que engendra el conocimiento, el cuál parece querer atrapar con una mano, las definiciones de lo uno y lo otro bajo sus pretendidos.

¿Entonces, de donde nace la vanidad que implica que hablemos y normalmente definamos y caractericemos a las "diferencias", o lo que nosotros cotidianamente llamamos y estigmatizamos como "los otros"?.

Diversidad y diferencia

La racionalidad, que es el paradigma desde el cuál definimos a toda sociedad, nace según las características que cada sociedad expresa, a partir de tal o cual definición que esta hace de sí misma. Dicha representación identitaria y particular, responde a los recursos usados por cada sociedad con el fin de autosignificarse, y comportan un universo de reglas compartidas por todas las sociedades, que es a su vez lo que hace posible que podamos hablar y discutir sobre ellas. En otras palabras lo que hace particular a una cultura, es a su vez lo que la hace universal, como expresión diversa del comportamiento social.

La idea de Cultura, es definida habitualmente como todas las formas de vida y expresiones de una sociedad determinada.. Como tal incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestirse, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias. Se define también como cultura, a toda la información y las habilidades que posee el ser humano que resultan útiles para su vida cotidiana. Ambas acepciones del término, son recogidas por las ciencias sociales, una que alude al término de manera "particular" o de una sociedad determinada y una segunda, que de manera general, atribuye a la cultura una habilidad del ser humano. A partir de estas acepciones no debería generar ningún problema el análisis de una cultura u otra, y bastaría con hacer el ejercicio o tener la empatía suficiente para ponerse en el lugar del otro, y definir a partir de ese intercambio lo que llamamos diferencias culturales.

Este ejercicio, a la hora de definir cultura, de manera singular o plural, permite entender todo orden de cosas, y genera la distinción necesaria que posibilita clasificar y etiquetar a las diferencias culturales, a las sociedades, y a las personas, a partir de discriminaciones de todo tipo, que dimensionan nuestro modo de ver, conocer y saber el mundo, demarcando los lugares, y la posición que ocupamos respecto de la frontera que hemos creado, entre un lugar y otro, en tanto apropiación subjetiva de un espacio intermedio entre uno y otro discurso.

Naturalmente, o más bien, socialmente, estas diferencias o distinciones ya existían mucho antes, y permitían bajo el argumento de la razón, expandir las fronteras en los periodos de guerra, conquista, o migración de cualquier otra índole, las cuales se ven justificadas a partir del conocimiento y la distinción que van generando los nuevos descubrimientos de la ciencia en torno a estas clasificaciones, como las razas, las etnias o el atraso en la escala de la evolución de determinadas culturas y sus costumbres, en razón obviamente de lo evolucionada de la nuestra.

Podríamos definir este saber, como un río de conocimiento. Este río desciende desde la montaña recorriendo los paisajes secos de sentido, nombrado las cosas que ve bajo sus propias definiciones, explicando a cada diferencia como un lugar que antecede a su propia evolución, inundado la ausencia de significado, formando lagunas y tranques categoriales.

Si bien las categorías y definiciones que tenemos arraigadas de una cultura y otra existieron y siguen existiendo, presentan tantos cambios como cualquier comunidad cultural en la actualidad, lo que implica entender, como es que se ha definido, simbolizado y materializado su acontecer, según los diversos acomodos estructurales de estos sistemas de interpretación, en relación con el lugar que ocupan al interior del diálogo cultural dichas particularidades, universalmente llamadas; diversidad cultural.

El significado que asumen las diferencias según la apropiación que se hace de ellas desde el conocimiento, aparece velado como posibilidad cultural al interior de lo que llamamos diversidad, ya que el saber que nombra observa bajo sus propias definiciones, explicando a la diferencia, como un lugar que antecede a su propia evolución, lo que implica una migración de las identidades, que se ve expresada en la huida, en el desplazamiento y las nomadías, que si bien implican una superposición cultural que se encarnan en este viaje, nos llevan a un lugar siempre más allá, pero interior a la frontera que las constituye, como abertura, que define al lugar por excelencia de la interculturalidad, más allá que cualquier otro precepto, racional, humanitario, o político que las reconozca.

Más acá de la frontera

Los procesos migratorios que han afectado a todas nuestras sociedades establecen nuevos desplazamientos de las fronteras, que hacen imposible demarcar quienes son los otros y quienes como nosotros hemos hecho el viaje más acá de la frontera, permeándonos y fluyendo al interior de nuestras identidades. Esto implica que las fronteras ya no ocupan un lugar afuera del que somos, sino que hemos pasado a ser la frontera, lo que corre el peligro de actuar como una nueva diferencia, ya que en este viaje, la condición del migrante, al hacer relativos estos espacios fronterizos, se han movido con cada uno de nosotros, implicando que el lugar de llegada se ha diversificado de tal forma, que es siempre un mismo lugar.

La racionalidad en este sentido interfieren en la diferencia, definiendo al otro bajo un nombre sin acontecimiento, evocando su origen, bajo definiciones históricamente arraigadas, lo cuál implica un error de comprensión, que bajo el paradigma de la razón, imprime un grado de sentido, a algo que sencillamente la unidad de la razón no ha sido capaz de redefinir, repitiéndose en una acepción distinta de sus propias definiciones, impidiendo conjugar el dibujo de la experiencia inteligible desde el discurso que los acompaña, en tanto palabra de la memoria colectiva.

La nueva racionalidad que define a la frontera en este sentido, no ocupa un lugar necesariamente periférico respecto de las definiciones o de la unidad que comporta el análisis, o un mero lugar de tránsito, sino que expresan los lugares de encuentro y redescubrimiento de la realidad, transformado a la naturaleza humana en cada acto consciente, con todos los actores de la realidad social.

El reconocimiento de la diversidad en este sentido debe mantenerse ajeno a una absoluta reducción de las diferencias a una identidad primordial, o una identidad universal, ya que habitar la frontera supone un tránsito constante, que incorpora contradictoriamente nuestros supuestos, donde la idea de los otros, no desaparece, sino que se potencia progresivamente a partir de una epistemología, que más allá una crítica a la razón, suponen un cruce de perspectivas, que los movimientos más allá y más acá de la frontera pueden potenciar en el diálogo o suprimir en la univocidad.

 

Sonriente

 

 

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